Religiones No
puedo unirme al coro psicótico de exacerbación de quienes, instados por el
aparente fin de garantizar libertad, democracia y desarrollo a todos los
pueblos, que los gobernantes declararon, consideran la guerra contra el
terrorismo como una lucha de civilización contra el mal. Primero
porque una lucha de ese tipo implicaría la acción del bien contra el mal. ¿Qué
es el bien? Es fácil contestar. Es bien lo que posee un valor moral, es decir
lo que es deseado y apetecido por el hombre. ¿Y qué es el mal? Incluso aquí,
es fácil contestar. Es mal lo que es moralmente malvado o incorrecto, es
decir lo que causa perjuicio, dolor o sufrimiento. ¿Y
quién los representa? Empecemos con el mal. Es más fácil. El mal está
representado por quién causa perjuicio, dolor, sufrimiento, miedo, odio,
muerte. ¿Y quién representa el bien? Se debería decir, quien vive
honestamente, dice la verdad, ama, se compromete en favor de la justicia, de
la libertad, de la igualdad, del bienestar y de la seguridad de todos, contra
la injusticia, la inigualdad, la pobreza y la violencia. Todo parece claro. Pero veamos los sujetos, los actores que actuan
para el bien y para el mal. No hay ninguna duda de que el asesino es mal y de
que hacen daño quienes cometen y organizan un asesinato. Cualquiera que sea
la víctima. Hace daño quien priva a los pueblos de las más elementales
libertades individuales, quien abusa de la fuerza, quien destina la riqueza a
la fabricación de armas, quitándola de la comida, de la salud, de las
abitaciones, de los medios de producción y de la cultura. Hace daño quien
acumula la riqueza en poquísimas manos. ¿Y quién actua para el bien? Sin retroceder demasiado en el tiempo,
será suficiente recordar que hoy quien declara querer el bien es aquella
minoría de la humanidad que consume tres cuartos de toda la riqueza del
planeta, que apoya sistemas políticos autoritarios, que explota por su
provecho los recursos naturales de los países más pobres, a los que deja
limosnas que luego no olvida hacer valer al imponer condiciones de desarrollo
en función de su supremacía. Si entendemos el conflicto como uno de los modos principales de la
interacción social y como una situación de enfrentamiento entre dos sujetos
individuales o colectivos ante la divergencia de objetivos y la imposibilidad
de realizarlos contemporáneamente, como una situación que depende de una
serie de factores, entre ellos la escasez y la inicua distribución de los
recursos y la desigualdad social, difícilmente distinguimos el bien del mal
entre las partes en conflicto. Sì, porque de conflicto y de conflicto armado se trata. De guerra.
Una situación de grave contraste entre estados, pueblos y religiones, que se
procura resolver con el uso de las armas. Un conflicto hecho de batallas, de
guerrillas y de terrorismo. Y el terrorismo, como la guerra y la guerrilla, es una forma de
lucha armada que usa la fuerza y la violencia. Estar en contra del terrorismo
significa estar en contra de la guerra y estar contra de la guerra significa
estar en contra del terrorismo. No es importante que las partes en conflicto sean ejércitos o formaciones
irregulares, militares o civiles. Lo que es importante son los medios que se
usan. Si los medios empleados son la fuerza y la violencia se trata de lucha
armada. ¿Cuáles son hoy las divergencias de objetivos entre estados y
pueblos que no se pueden realizar contemporáneamente? El conflicto es entre
objetivos políticos, económicos, culturales y religiosos. El objetivo político concierne a la supremacía planetaria, como debe
ser el estado dominante, el pivote que posee las armas más potentes,
alrededor del que deben girar igual que satélites todos los otros estados. El
económico concierne al control de los recursos naturales, de las finanzas, de
las monedas y de los mercados. El cultural concierne sobre todo a los métodos
de consenso. El religioso concierne al primato de iglesias, doctrinas y
dogmas. Si consideramos todos esos objetivos, el conflicto en curso no se
parece a las primeras dos guerras mundiales, las que no tuvieron como objetivo
de la contienda todos los contrastes políticos, económicos, culturales y
religiosos que hoy están en la base de una lucha que más o menos patentemente
implica todos los Países y todas las Naciones. Debemos retroceder nueve siglos para encontrar, aunque en un
contexto geográfico más reducido, una condición como la actual. Debemos
retroceder a la primera cruzada para encontrar un conjunto de motivos de
contraste tan completo y explosivo para provocar actos de ferocidad tan
deshumanos. Entonces fue un papa, Urbano II, quien instó la acción con estas
palabras: «… os induzco, más bien no lo hago yo, sino Dios
lo quiere, a persuaderos con incitaciones como apóstoles de Cristo,
todos, de cualquier orden, soldados de caballería y infantería, ricos y
pobres, para que acudáis a ayudar a los cristianos para echar de nuestras
tierras aquella raza maligna». Y adjuntaba: «…yo lo digo a los
presentes y lo mando a los ausentes, pero Dios lo quiere, para todos los que
salirán de viaje, en caso de que muriesen durante el viaje o la travesía, en
batalla contra los infieles, habrá una automática remisión de los pecados: y
eso yo otorgo a los que partirán, por la autoridad que Dios me confiere. ¡Qué
vergüenza sería si la gente tan malvada, degenerada, endemoniada, derrotaran
a hombres fuertes por la fe en Dios y que son puestos resplandecientes por el
nombre de Cristo! Todos se apresuren entonces a la batalla contra los
infieles, una batalla que ya hubiera debido ser empezada y llevada a feliz
término por los que antes, contra todo derecho, estaban acostumbrados a
combatir contra otros cristianos por su guerras personales! ¡Se vuelvan, por
tanto, soldados de Cristo los que hasta ayer fueron bandidos! ¡Combatan según
derecho contra los bárbaros los que previamente combatieron contra los
hermanos de la misma sangre! ¡Les toquen por tanto en suerte un premio eterno
a los que fueron mercenarios por poco dinero! ¡Los que se cansaban
corrompiendo su alma y su cuerpo, por fin combatan por la salud de los dos!
Puesto que todos los que aquí parecen tristes y pobres, allá serán risueños y
ricos; los que aquí son adversarios de Dios, allá se volverán sus amigos; y
no tarden en partir: sino, pasado el invierno, alquilen las propiedades para
proporcionarse los fondos para el viaje y se pongan en camino». Un ejemplo de la ferocidad demostrada en la
primera cruzada fue justamente la masacre ejecutada por los cruzados en la
conquista de Jerusalén, cuando una vez entrados en la ciudad masacraron a la
entera población, compuesta por 40.000 hasta 70.000 personas. Un cronista
cristiano de aquella época describe con estas palabras lo que ocurrió en
Jerusalén en julio de 1099: « Los nuestros les persiguieron de cerca,
matandoles a poder de hendientes, hasta el templo de Salomón, donde hicieron
tal masacre que nadaban en la sangre hasta los tobillos … Las calles estaban
cubiertas de montones de cabezas, manos y piernas cortadas, y dondequiera
había que abrirse paso entre caballos muertos y cadáveres humanos. Sólo (también
entonces) el Gobernador de Jerusalén, Iftiqar ad-Daura fue perdonado por la furia de los cruzados. ». Esta situación
que se repite, agigantada por medios enormemente más potentes que entonces,
tiene que inducir la consciencia del ser humano a reflexionar sobre las
posibles consecuencias. No sólo porque cada lucha armada tiene sus víctimas
sino también porque lo que se está combatiendo podría ser la última batalla. Nos hallamos
frente a una nueva forma de suicidio que supera el egoísta, el altruista y el
anómico. Ahora hay el suicidio religioso de quien cree en la vida después de
la muerte y en el premio para haber usado su muerte como medio para matar.
Esta forma de suicidio pone radicalmente diversa la situación que vivimos
durante la «guerra fría», cuando cada uno
de los dos adversarios temía que de una su acción se originaría una reacción
inmediata de la misma intensidad. El kamikaze no teme su muerte,
o al menos supera el miedo en la convicción de entrar en un paríso en el que
justamente por efecto de su sacrificio tendrá un premio. Sería suficiente que
la idea de aniquilación de todos los otros a través de proprio suicidio
entrara en la mente de alguien que dispone de armas nucleares para borrar la
especie humana de la faz de la Tierra. Esta
es la situación de la que debemos cobrar consciencia. Sin miedo pero con toda
la lógica, la inteligencia y el sentido común de que estamos dotados. Al
hacer el esfuerzo de comprender la realidad que tenemos enfrente, podríamos
comprender también el de buscar en nuestros adentros otra verdad. Quienquiera
puede creer en lo que quiere con tal que no haga daño a otros. Todos tenemos
derecho a profesar una fe y a comunicarla pero el derecho de creer no implica
el derecho de hacer creer y de imponer. No
obstante, según yo nos engañamos. Toda la especie homo sapiens se engañó. Nos
engañamos cuando de la raíz del miedo, alimentado por la impotencia hacia la
muerte y por la voluntad del amor, hicimos crecer la ilusión de una potencia
creadora, ordenadora, y conservadora de la realidad. No
existe ninguna divinidad, cualquiera que sea el nombre que le haya sido
atribuido. No existe Brahma, no existe Jehová, no existe Urano, no existe
Gea, no existe Dios y no existe Alá. El principio absoluto que se difunde en
el universo no es un ser supremo creador, ordenador y conservador de toda la
realidad sino sólo energía sin espacio y sin tiempo constituida por
partículas elementales cuya organización está en continua transformación. Las
religiones son insidias, engaños, trampas, ilusiones, falsas motivaciones que
se forman en el sistema límbico del cerebro, de la elaboración de las
reacciones a los estímulos y a las señales ambientales, o como consecuencia
de estímulos externos, de procesos interiores producidos por la memoria, por
una asociación de percepciones sensoriales o por una introspección. La
así llamadas «motivaciones» son procesos que
hacen las actividades de un organismo en función del logro de una meta. La
meta principal del ser humano es la felicidad, entendida como infinita
satisfacción de necesidades y deseos. La muerte representa la extrema
renuncia a la meta principal. Los «instintos» son reacciones a los estímulos
ambientales por medio de un conjunto de respuestas conductuales innatas. Las
«emociones» son reacciones del organismo a consecuencia de los procesos interiores.
Las principales emociones son la rabia, el gusto, el miedo, el amor y el
odio. La raíz de todas las religiones, la causa originaria, es la reacción
en relación a la muerte. La aversión a la muerte povoca la idea instintiva de
reaccionar al estímulo ambiental constituido por la percepción de la muerte
de los demás. Pero no basta para hacer nacer la necesidad de encontrar una
solución. La solución nace del amor. La muerte de la persona amada representa
la muerte de una parte de nosotros mismos. Y aquí las emociones, como
reacciones a un proceso interior. La idea religiosa nace de la muerte y se realiza con el amor. El
amor transforma la aversión a la muerte en la idea de la resurrección. Las
investigaciones históricas demuestran que, después de haber cosechado y
cazado para alimentarse, después de haberse guarecido en las cuevas, después
de haber descubierto el fuego para calentarse y para cocer la comida, después
de haberse cubierto para protegerse de los agentes atmosféricos, el hombre
reaccionó a la muerte concebiendo fuerzas positivas (mana) a las que se pueda
atener para vivir más años y fuerzas negativas (tabú) de las que tenga que
huir. En los sistemas preanimistas, el mana representaba la actitud
religiosa primordial positiva, mientras que el tabú era su revés
negativo; tal sistema cultural viene indicado como el fundamento del que se
desarrollaron y se desarrollan todas las religiones. Hace de 30.000 a 40.000 años, el hombre empezó a inhumar a los
difuntos con las primeras ceremonias fúnebres. Ya hay la idea de reaccionar a
la muerte pero aún no la superación de la muerte. La costumbre de inhumar los
cuerpos de los difuntos y la ceremonia que la acompaña son conocidas desde los
tiempos más remotos. Ya el simple abandono del cadáver en pasto a los
animales, dentro de grutas o cuevas, en torres, en agua, en el suelo pero,
con mayor razón la costumbre de la sepultura, que se impuso en la sociedades
más complejas y sobre todo en las sedentarias, y la costumbre de la cremación
desempeñaban una función higiénica y religiosa. El alejamiento de la
comunidad o la destrucción del cadáver tenían como objetivo impedir el
contagio de enfermidades pero también estaban dictados por actitudes de miedo
del hombre hacia la muerte y del intento de impedir el regreso del difunto
entre los vivos. Hace casi 25.000 años nació el
amor. Un relámpago que trascende y supera la atracción sexul, que nace de dos
seres humanos que empezan a sentirse partes de un mismo organismo. Cuando una
de las dos partes muere, la otra siente que ha perdido una parte de sí misma,
no lo acepta, recuerda la parte que ya no hay, la sueña, la imagina delante
de sí, la hace revivir, la resucita en su mente. Poco después del nacimiento
del amor, empeza la atención hacia los ancianos, hasta aquel momento
considerados sólo una carga. Se forma la estructura jerárquica fundada en el
conocimiento de los ancianos. Quien sobrevive a la persona amada confía las
sensaciones, los recuerdos, los sueños, las imágenes de la persona amada que
ya no hay. Sentir la presencia del amado difunto significa percibir la
sensación de que la vida continúe después de la muerte. De esta sensación
nace la idea de la eternidad. Puesto que el hombre sólo podía imaginar la eternidad, había que
concebir el sujeto eterno que pudiese representarla. Así nace la idea de un
creador. Y, dado que no podía ser el hombre, el creador debía ser otro. De
esa evidencia nace la idea de un sujeto que puede gobernar la vida y la
muerte, un ente que preexiste a la vida y que existe con respecto de la
muerte, es decir existe prescindiendo del sujeto pensante. Una entidad
trascendente. Un acto de fe. La fe es una actitud que implica la voluntad y el intelecto humanos
y se dirige a una persona, a una idea o al ser divino. La divinidad
representa la proyección de lo que el hombre querría ser y que quizás pueda
volverse si, en lugar de aceptar la solución de una vida después de la
muerte, luchara con tesón contra la muerte, librándose antes de todo del
remordimiento hacia los padres, renunciando a la idea de un un ente protector
respecto a las fuerzas naturales y a las dificultades de la vida,
sustituyendo la fe en el trascendente por la fe en sí mismo. Pero la idea subjetiva de lo trascendente aún no es religión. La
religión nace cuando un cierto número de sujetos se reconoce en creencias y
costumbres comunes fundamentadas en la relación del hombre con lo divino. Las
religiones nacieron en culturas en las que se impuso una marcada diferenciación
entre mente humana y ambiente natural, entre consciencia subjetiva y hecho
objetivo, entre espíritu y materia. Esta diferenciación es propia de las
civilizaciones agrícolas sedentarias en las que la división del trabajo
presupone que los individuos desempeñen tareas diferenciadas en la comunidad. En las culturas de los cazadores cada miembro varón de la comunidad
conoce todas las técnicas necesarias para la supervivencia mientras que en
las comunidades, en las que se requiere una mayor cooperación entre
individuos dotados de habilidad y funciones diversas, se vuelven necesarias
formas de comunicación simbólicas más precisas y por tanto convencionales,
especialmente a propósito de lenguaje y de roles. En la historia de las civilizaciones humanas el fenómeno religioso
es universal pero no primordial. Éste no nace con el hombre sino de un estado
particular de su desarrollo evolutivo cuando, después de haber percibido la
muerte, quiso hacer infinito el amor, con la idea de la superación de la
muerte en otra vida. En la base del conjunto de concepciones y conductas que se definen
religiosas parece que esté la credencia en la presencia de uno o varios seres
superiores que el hombre percibe como seres que pertenecen a un mundo
trascendente en relación al humano. Con respecto a estas realidades
superiores el hombre se siente dependiente y en el mismo tiempo aspira a una
relación con éstas. La inteligencia humana, con su capacidad de aprender y comprender,
de encarar situaciones concretas de manera eficaz y de reelaborar las
experiencias y los estímulos externos, puede buscar una solución mejor que la
simple ilusión de la vida después de la muerte. No existe ninguna revelación. No existe ningun ser libertador. Cada
uno de nosotros puede decir «yo soy el
que soy». Las premisas místicas de todas las revelaciones son falsas. Quien escribió los Vedas no vio ni sintió nunca a
Brahma, la personificación del supremo brahman, considerado el creador del
universo y miembro, junto a Shiva y Vishnu, de la Trimurti hindú, tríada
divina de formación posvédica. Quien escribió la Biblia no vio ni sintió nunca a Jehová,
considerado el creador del universo y del hombre a su imagen y semejanza. Un
ser omnisciente nunca hubiera dictado los primeros pasajes de la Génesis: «En el principio creó Dios los
cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía
sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: «¡Sea la luz!». Y fue la luz.» ¿Qué hay verdadero en este cuento? Si fuese
verdadero, toda la ciencia sería una gran mentira, una irrealidad. Quien escribió los Evangelios no vio ni sintió nunca a Dios sino
sólo a un hombre, aquel Cristo que de verdad hubiera modificado la historia
si no hubieran sido mistificadas sus ensenanzas. Una sugestiva definición de
fe en el Nuevo Testamento la considera como «certeza de
las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven». En este pasaje la palabra «fe» traduce el término griego pístis,
que indica el acto de otorgar la propia confianza. Según este concepto, tiene
fe quien cree y espera en algo que no existe. Es el máximo de la ilusión y de
la mortificación. Prescindiendo de cada dialéctica, tener fe de ese tipo
significa creer más en la muerte que en la vida. Según Agustín, los hombres pueden librarse de la
fuerza del pecado sólo recibiendo la irresistible gracia de Dios, otorgada
por Cristo y hecha accesible a través del ministerio de la Iglesia. Los
elegidos de Dios, por tanto, alcanzan por fin la salvación no por sus méritos
o sus buenas acciones sino por la triunfante gracia divina. Eso significa
considerarnos unos títeres, cuyos movimientos dependen de quien mueve las
cuerdas. Es la negación de la inteligencia. En el quinto evangelio, se
lee: «Dijeron los discípulos a Jesús Dinos cómo va a ser
nuestro fin Respondió
Jesús: «¿Es que habéis descubierto ya el principio para que preguntéis por el
fin? Sabed que donde está el principio, allí estará también el fin. Dichoso
aquel que se encuentra en el principio: él conocerá el fin y no gustará la
muerte». Jesús dijo,
"Si un ciego guía a un ciego, ambos caerán a un hoyo". «A quien tiene en su mano se le dará; y a
quien nada tiene —aun aquello poco que tiene— se le quitará. Jesús dijo: «Si
os preguntan: ¿De dónde habéis venido?, decidles: Nosotros procedemos de la
luz, del lugar donde la luz tuvo su origen por sí misma; (allí) estaba
afincada y se manifestó en su imagen. Le preguntaron sus discípulos: «¿Cuándo
va a llegar el Reino? (Dijo Jesús): «No vendrá con expectación. No dirán:
¡Helo aquí! o ¡Helo allá!, sino que el reino del Padre está extendido sobre
la tierra y los hombres no lo ven.». Estas frases representan una dimensión más humana,
más real. Por eso, a lo mejor, no fueron canonizadas. Quien escribió el Corán nunca
vio ni sintió ningún ángel. Sólo estudió los textos bíblicos, llamando al
Dios de los hebreos y de los cristianos con el nombre de su padre Abd Allah
(un ashimita de la tribu de los Quraysh, que dominaban La Meca, costituiban buena parte de la
población allí y eran guardianes de la Kaaba), reafirmando los orígenes del
universo y del género humano traídos en aquellos textos antiguos y que luego
se demostraron absolutamente falsos. Emulando Jesús, Mahoma quiso ser rey y sacerdote, con la diferencia
de que, mientras que los apóstoles de Cristo predicaban en presencia de un
derecho civil antiguo de muchos siglos, en los países árabes no existían
otras reglas excepto las escribidas por él. Es la historia de los pueblos y no
la fuerza de la idea que permitieron el éxito de la teocracia islámica. Y
ciertamente no por casualidad siempre se ha olvidado la consideración de que
un sistema económico basado en la shariah (¡quizás!)
hubiera requerido la redistribución de la riqueza y de la tierra para crear
una sociedad más justa y más equitativa. No obstante, ningún ser
omnisciente hubiera dicho nunca, en nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso, la XXXV
Sura: « La alabanza es debida por entero
a Dios, Originador de los cielos y la tierra, que ha hecho de los ángeles
emisarios [Suyos], dotados de alas, dos, tres o cuatro. Añade [sin cesar] a
Su creación lo que Él quiere: pues, ciertamente, Dios tiene el poder para disponer
cualquier cosa. Cualquier gracia que Dios concede a los hombres, nadie puede
retenerla; y lo que Él retiene, nadie puede luego liberarlo: porque sólo Él
es todopoderoso, realmente sabio. ¡Oh gentes! ¡Tened presentes las
bendiciones que Dios os ha dispensado! ¿Hay algún poder creador, fuera de
Dios, que pueda daros el sustento de los cielos y la tierra? No hay deidad
sino Él: y sin embargo, ¡qué pervertidas están vuestras mentes! Pero si esos
[cuyas mentes están pervertidas] te desmienten, [Oh Profeta, recuerda que]
aun antes de ti fueron desmentidos [ya otros] enviados: pues [quienes no
creen se niegan siempre a admitir que] todas las cosas retornan a Dios [que
es su fuente]. ¡Oh gentes!
¡Ciertamente, la promesa de Dios [de la resurrección] es verdadera: no
dejéis, pues, que esta vida os engañe, ni dejéis que os engañen [vuestra
propias] nociones engañosas acerca de Dios! Ciertamente, Satán es enemigo
vuestro: tratadle pues como a un enemigo. Él llama a sus seguidores con el
único fin de que estén entre los destinados a un fuego abrasador -- [pues] a
aquellos que se empeñan en negar la verdad les aguarda un castigo severo, y
aquellos que han llegado a creer y hacen buenas obras obtendrán perdón de los
pecados, y una gran recompensa. ¿Es, acaso, aquel a quien la maldad de sus
acciones le resulta [tan] grata que [al final] las considera buenas [otra
cosa que un seguidor de Satán]? Pues, ciertamente, Dios deja que se extravíe
a quien quiere [extraviarse], y guía a quien quiere [ser guiado]. Así pues,
[Oh creyente,] no te consumas de pesar por ellos: ¡en verdad, Dios sabe bien
todo lo que hacen! Dios es quien envía los vientos, y estos forman una nube
que luego conducimos hacia una comarca muerta y damos vida con ella a la
tierra antes muerta: ¡así será la resurrección! Quien desee el poder y la
gloria [debe saber que] todo el poder y la gloria pertenecen [sólo] a Dios. A
Él ascienden todas las buenas palabras, y Él enaltece toda buena acción. Pero
a quienes traman malas acciones les aguarda un castigo severo; y sus intrigas
se quedarán en nada. Y [recordad:] Dios os crea [a cada uno de vosotros] de
tierra, luego de una gota de esperma; y luego os forma como uno de los dos
sexos». Las culturas primitivas no elaboraron una doctrina religiosa o un
sistema de nociones dirigido a definir la naturaleza de un dios sino que
concibieron el espíritu como una percepción antes de una idea cuyo lenguaje
no está hecho de conceptos sino de imágenes. De esta percepción nacen los
mitos, fundamentados en sueños y fantasías que confieren expresión a procesos
psicológicos inconscientes. Los
mitos son un conjunto de naraciones orales, sin elementos materiales
coordinados entre ellos en un sistema orgánico sometido a reglas,
transmitidas de generación en generación, que ofrecen una representación
significativa del universo, como explicación ingenua de los acontecimientos
naturales. Cada religión nace de la presunción de haber descubierto el
principio originario, la verdad absoluta. Pero todo es falso. La eternidad no
tiene un nombre. No hay mesías. No hay revelaciones. El misticismo es sólo
jactancia del acercamiento con Díos. Los esoterismos son sólo doctrinas para
dominar a los otros. Los misticismos son ficciones o convicciones subjetivas.
El milagro es simplemente un fenómeno aún no explicado. No existe ninguna
reencarnación. El único principio fundamental es la energía sin espacio y sin
tiempo. El bien y el mal no son sujetos ni fuerzas que obran en
contraposición entre sí sino examenes morales de los efectos de las conductas
humanas y de otros agentes naturales elaborados por la consciencia. El miedo es la raíz ancestral de nuestro proceso evolutivo. Del
miedo nace también el odio. Por lo tanto nuestro proceso evolutivo está
acompañado por el odio, por el espíritu de predominar, por la voluntad de
éxito, por el ego. Objeto del odio no es lo totalmente diverso, que se puede
evitar, usar, amar y en algunos casos también destruir si lo percibimos como
peligro, sin odiarlo. Hemos compartido y compartimos el mundo con un conjunto
de minerales, vegetales y animales muy diversos de nosotros, que aceptamos y
usamos justamente en virtud de su diversidad. Si unos animales fueron objeto
de odio, es sólo en la medida en que los humanizamos. Por el paranoico ego del ser humano, lo que provoca terror, rechazo
y intolerabilidad es el ser «semejante pero diverso», alguien que
podría estar en nuestro lugar pero no es asimilable a nuestro clan, a nuestra
tribu, a nuestra nación, a nuestra raza, a nuestra fe. El nuevo orden mundial debe ser fundamentado en libertad, justicia,
igualdad, posibilidad de felicidad para todos los seres humanos. Ésos deben
ser los principios ordenadores de la Tierra. Para conquistar el equilibrio.
Como todo lo que existe y que siempre ha existido, también nosotros estamos
constituidos por energía pura sin espacio y sin tiempo. Las partículas
elementales son agentes que producen la fuerza de gravedad y que produjeron
la primera inflación de la que tuvo su origen el universo. La banalidad de todas las religiones consiste en el hecho de querer
dar una explicación por lo que aún no está demostrado, casi para retardar el
más posible su demostración. Para sostener esta explicación «no
dimostrada» se usa cualquier medio: milagros, sacrificios, violencia
física y psicológica. Los milagros son tales hasta que se descubre su causa.
Son sólo acontecimientos que aprovechan la ignorancia. No existe ningún díos,
ningún ser libertador. Cada liberación siempre y sólo se obtuvo con sangre humana. El
martirio por una fe religiosa es estupidez y sentido de protagonismo. Ningún
mártir religioso dio nunca algo a otro ser humano. Mistificación cultural no
es sólo el éxito de la divinidad de Jesús Cristo y la virginidad de su madre sino
también la imposición de la palabra de un hombre que consideró a sí mismo el
único profeta. La religión antepone el amor por la divinidad al amor por la
naturaleza de que el ser humano forma parte. Cada fe religiosa provocó
víctimas, tuvo sus asesinos, sacrificios humanos. No hay ningún cristo. No
hay ningún anticristo. Se usa la mayéutica para generar mitos trascendentes
antes que para promover la busca de la verdad. Y los tontos matan para
afirmar algo que no conocen sino con solo objeto de convencer a sí mismos y
imponer a los otros que existe. Hipócritas. Todas las religiones son falsas
porque están construidas en axiomas falsos desde el principio. De la visión
de los espíritus al coloquio con la divinidad. Desgraciadamente, la consciencia mística de
lo divino se sobrepone y absorbe la consciencia moral. La fe es afán de
potencia que pretende explicar lo que todavía es inexplicable. Nosotros no
percibimos a ningún ser trascendente sino sólo impulsos inmanentes. Libertad
de fe significa libertad de imaginar y profesar lo que se quiere sin intentar
de ninguna manera convencer a los otros que se tiene razón. Se dirá: ¡pero éste tiene roces con todos! ¿Porqúe no se dirige a sí
mismo? Contesto de inmediato. Lo hice, lo hice. Y descubrí que no existe sólo
mi Yo, mi Ego, mi Superyó, mi pensamiento, mis ideas, mis miedos, mi fatiga,
mis ilusiones. Existe un sistema constituido por muchas partes organizadas en
diversos subsistemas, uno de los que es el sistema humano. Del que también yo
formo parte. No necesitamos ninguna revelación para comprenderlo. Y tampoco
ninguna fe en la eternidad. En nombre del ser humano, de la inteligencia, de la vida y del amor,
me dirigo a vosotros, me dirigo a las gentes de todas las razas, de todas las
edades y de todas las religiones, para invitar a reflexionar sobre nuestra
existencia y la de nuestros hijos. No lo hago en nombre de ninguna familia,
de ningún gobierno, de ninguna ley, de ningún interés económico, de ninguna
verdad absoluta, de ningún dios. Lo hago por lo que siento, por lo que creo y
por lo que en lo profundo de vosotros mismos pienso también vosotros sentís. Toda la realidad es perceptible. No existen realidades
imperceptibles. No existe ninguna realidad trascendente. La realidad es sólo
inmanente. No existen realidades incognoscibles. Existen sólo realidades
conocidas y realidades aún desconocidas. La realidad desconocida sólo está
ignorada. No existe ningún ser trascendente. Todas las revelaciones son
falsas. No es verdad que sea absolutamente imposible comprender la esencia
de la energía pura sin espacio y sin tiempo. Ciertamente, para demostrarlo,
no hay que sostener que la roca no conoce al hombre sino que, al contrario,
el hombre aún no conoce bien la roca. Nada os pertenece para siempre.
Nosotros tenemos sólo el uso de los medios para vivir y desarrollarnos. Nadie
puede sacrificar a otros sino sólo a sí mismo. Hay una paradójica contradicción entre la relación de
interdependencia de las partes de las que estamos constituidos y el rechazo
de interdependencia entre nosotros. La unión de las partes de un conjunto
vence el fin (muerte) de cada parte porque con el tiempo la potencia de la
unión supera la de la suma de todos los obstáculos. La inmortalidad es el
resultado de la lucha contra la ignorancia para conquistar el conocimiento
necesario para hacer inútil la muerte. De los difuntos sólo queda el recuerdo
y las cosas que hicieron cuando vivos. No existe ningún ser externo de la
realidad existente. Lo que fue antes del inicio de la realidad (la energía
sin espacio y sin tiempo) aún está en la realidad y se volvió realidad
existente (energía en el espacio y en el tiempo). Antes del inicio existía energía pura. La energía pura está
constituida por partículas independentes en ausencia de espacio y de tiempo y
en estado de máxima sencillez. La energía constituida por partículas
independentes era en equilibrio inestable. El equilibrio de las partículas
era efecto de su absoluta independencia. La inestabilidad procedía de su
carga potencial. La carga potencial descompuso una partícula en partes
interdependientes. La potencia del conjunto de las nuevas partes era superior
a la potencia de la partícula originaria y provocó un desequilibrio en el
estado de la energía pura. En principio el ser estaba sin espacio y sin tiempo. El ser es de
por sí potencia. El acto es la manifestación de la potencia del ser. La
potencia depende de la forma del ser. La meta del acto es una mayor potencia.
El acto de por sí libera potencia. Cada acto provoca por reacción otros
actos. También cada acto de reacción libera potencia. El acto puede ser
dirigido al exterior o al interior del ser. El acto dirigido al interior
descompone al ser que lo realiza. El acto dirigido al exterior provoca una
disgregación o una agregación. Si el ser es único, y por tanto no hay ningún ser externo al ser, su
primer acto no puede ser sino dirigido hacia sèi mismo. El primer acto que el
único ser dirige a sí mismo no puede originar sino su misma descomposición,
de lo contrario no habría manifestación de ninguna potencia. De la
descomposición del único ser se originan al menos dos partes. Aunque cada
acto libera de por sí potencia, los actos sucesivos al primero aumentan la
potencia del conjunto de todas las partes del ser. Esta aparente paradoja se
explica con el hecho de que el acto, es decir la manifestación de potencia
liberada, modifica la forma del conjunto. Es la nueva forma del conjunto que
aumenta su potencia, según la siguiente concatenación: forma inicial del
único ser = potencia mínima; acto inicial ® primera descomposición = forma transitoria = aumento potencia; acto
sucesivo ® nueva descomposición = forma transitoria = aumento potencia; acto
final ® última descomposición = forma final = potencia máxima. De esa manera, en el proceso de las fases
transitorias, el acto es medio para manifestar potencia y aumentarla
modificando la forma, mientras que la mayor potencia diventa medio para el
acto sucesivo, hasta el logro de la máxima potencia, que corresponde a la
forma final, cuando ya no sirven otros actos para manifestar potencia. Desgraciadamente,
ese proceso puede ocurrir bien en función de la potenciación del conjunto
bien en función de la potenciación de la parte que cumple el acto. Así, los
actos dirigidos al exterior pueden provocar la decadencia de la parte que los
cumple o de las partes que cumplen actos de reacción, mientras que los actos
dirigidos al interior pueden sólo provocar la potenciación de quien los
cumple. Para evitar que una potencia media, llegando a ser
medio para producir el acto, provoque el decaimiento de sí misma o de los
otros, habría que tener posibilidad de manifestar potencia sin realizar el
acto o de realizar el acto sin modificar la forma, de tal manera que no
aumente la potencia. La primera solución es imposible, como hubiera sido
imposible para el ser único manifestar potencia sin realizar el primer acto.
También la segunda solución es imposible, porque hasta que el conjunto habrá
alcanzado la máxima potencia, cada acto será medio para manifestar potencia y
cada potencia será medio para producir el efecto. La única solución parece
ser la de dirigir el acto hacia quien lo realiza, provocando así una
potenciación de sí mismo, sin ningún decaimiento de sí mismo o de otros. La potencia del conjunto de todas las partes siempre es superior a
la suma de las potencias de cada una de sus partes y a la potencia del único
ser originario. Luego, la máxima potencia se obtiene sólo con el conjunto del
máximo número de partes y no con la fusión de varias partes. A la máxima
potencia dle conjunto de todas las partes corresponde la máxima potencia de
cada parte respecto del conjunto. Si del primer acto tuvieron su origen dos
partes con la misma potencia, es idéntica también la máxima potencia de cada
parte de un conjunto. Cada parte aspira por tanto a su máxima potencia respecto del
conjunto hasta que la alcanzará. Cada parte luego realiza los actos
necesarios para alcanzar su máxima potencia respecto del conjunto. De tal
manera se reduce el diferencial de potencia de cada parte respecto del conjunto
de todas las partes y de cada parte respecto de cada otra y respecto del
conjunto de todas las otras, hasta que cada parte habrá alcanzado una
idéntica máxima potencia, a la que corresponderá la máxima potencia del
conjunto de todas las partes. Antes del principio es sola energía. Hay potencia sin fuerza. Luego,
la energía se descompone en varias partes. Es el primer acto.
Descomponiéndose, las varias partes de energía producen ondas. Las ondas
constituyen el espacio. En el espacio se forma materia. La materia se
transforma. La transformación de la materia provoca la descomposición y la
sucesiva recomposición de las partículas de energía. Es el proceso evolutivo. Con la evolución las partículas adquieren mayor potencia, que se
manifiesta con ulteriores actos. Si
hay manifestación de potencia, es decir acción, la energía sufre un
decaimiento y luego aspira a repotenciarse. Si la energía es tan potente como
para conseguir inhibir cada acto encaminado a manifestar potencia al
exterior, hay una acumulación de potencia. La acumulación de potencia de un
organismo no produce de por sí ningún beneficio respecto del conjunto. Si en
cambio la acumulación de potencia viene encaminada en dirección al espacio,
prescindiendo de la energía que lo produce, hay una modificación de las ondas
producidas por la energía, por tanto una modificación del efecto sin
modificar la causa originaria. La percepción es el acto con el que se cobra consciencia de la
realidad a través de una sensación. Es una función psíquica, que elabora lo
que los sentidos, es decir los receptores externos y internos, transmiten a
la consciencia. El carácter de la sensación procede de la manera de
percepción, es decir del proceso que inicia con la transmisión de los datos
por parte de los sentidos a la memoria reciente a través del cerebelo y con
la confrontación de éstos con los que se hallan en los tres niveles de
memoria: reciente, remota y genética. La memoria genética es la base del sistema
cerebral en la que están registrados los carácteres hereditarios. Ésta
caracteriza la evolución de una determinada especie. Se halla en el tronco encefálico y contiene los datos
que provocan estímulos y instintos. La memoria remota es una superestructura
de la base cerebral en la que están contenidos los datos que han sido
elaborados previamente. Está en los dos lobulos, bajo la corteza, y ésta es
la parte más compleja y considerable de la capacidad cerebral. En la memoria remota están registrados los
esquemas de comportamiento experimentados y se elaboran las estrategias
deductivas y los empujones inductivos. Las estrategias deductivas analizan
lógicamente lo que es por como resulta del propio sistema de elaboración; los
empujones inductivos imaginan – intuyen – lo que puede ser: se podría decir
que crean la realidad. La memoria reciente está en la corteza cerebral y
contiene los datos captados por los órganos sensoriales y también las
decisiones transmitidas después del procesamiento de los mismos datos. La
percepción no deriva de un conjunto de sensaciones producidas por muchos
estímulos, sino de hechos, objetos y formas. Nuestra actividad psíquica, por
causa de la naturaleza y complexión de los órganos sensoriales, registra
sobre todo efectos, que están sobrepuestos y dominantes sobre las causas que
los han producido. Eso depende también de la
reducida rapidez de transmisión de los datos y de la necesidad de emplear el
factor tiempo de una determinada manera. De la percepción se pasa rápidamente
a la reacción, antes de detenerse para buscar las causas por las que se
percibe de cierta manera y a prever lógicamente los efectos de las soluciones
con las que se reacciona. En consecuencia, se esfuma la percepción de lo que
es realmente y del porqué es, mientras que se impone la percepción de lo que
aparece, de lo que se ve y de lo que se siente. La manera de percibir luego está más íntimamente relacionada con la
relación entre presente y pasado que con la entre presente y futuro. Así, el
futuro es efecto de los estímulos – reacciones – ya adoptados y considerados
eficaces por la experiencia y no de la remoción de las causas del presente,
justamente porque requeriría demasiado tiempo adoptar la estrategia de su
investigación y análisis. Para modificar este estado, este proceso, habría que darse mayor
tiempo de elaboración pero, para darse más tiempo, es necesario tener más
potencia y para tener más potencia es necesario inhibir al menos parcialmente
el estímulo a través del que la potencia se manifiesta por medio del acto. ¿Cómo inhibir este estímulo? Sólo con la conciencia de poderselo permitir, si no el
efecto sería una suerte de represión que luego necesitaría explotar. La
conciencia de poderse permitir la parcial inhibicion de un estímulo deriva
del conocimiento de la causa del estímulo.
Examinemos el estímulo del miedo. Éste tiene su
origen en la memoria genética y su causa en la inseguridad que es dictada por
las informaciones registradas en la memoria remota y en aquella reciente.
Modificando la causa, superando la inseguridad, se modifica progresivamente
el estímulo, hacia cuando viene inhibido en la memoria genética y
reconsiderado en la memoria reciente, que registra a su vez una deducción
diversa y la comunica a la memoria remota, en un proceso circular constante
del que se origina un nuevo proceso. No obstante, solo si la inseguridad es
superada por efecto de mayor potencia, la causa resulta definitivamente
modificada, en cambio si es superada a través de la acción de otros sujetos,
la causa normalmente volverá a presentarse inevitablemente cuando la acción
de los otros cesa, a menos que la misma acción no se repita durante el tiempo
necesario para “acostumbrar de nuevo” el proceso en el que incide. El
organismo siente siempre las acciones que proceden del exterior, pero los
efectos de este resultado son diferentes también con respecto del objetivo
que se propone el sujeto que lo realiza y con respecto de la duración de las
mismas acciones. De eso se deduce que la remoción de la causa originaria de
un proceso se realiza de una determinada manera si es efecto de un aumento de
potencia y de una manera diferente si es efecto de acciones externas. En
cierto sentido, este proceso de remoción ocurre de manera proporcional a la
fuerza con la que se interviene en la causa. En igualidad de importancia y
aceleración, se siente más intensa la acción realizada hacia si mismo que la
que es sufrida del exterior. En consecuencia, para superar el alcance de las
fuerzas endógenas de otro organismo es necesaria una fuerza – una
manifestación de potencia – más importante y más acelerada de la que
normalmente expresa hacia sí mismo el organismo del que se quiere eliminar la
causa. En todo caso, para provocar una transformación radical del proceso hay
que conocer la causa originaria, sino las acciones se revelan sólo tentativas
casi irrelevantes. Percibidas y reconocidas las causas por las cuales
un organismo complejo percibe de una determinada manera, hay que hacer el
esfuerzo de emular sus carácteres, imaginando – o intuyendo – las mismas
sensaciones que siente aquel organismo. Prácticamente hay que cumplir una replicación
del proceso que se quiere modificar, para sentir los mismos estímulos,
teniendo muy cuidado cuando se distingüe las propias naturales sensaciones de
las que se intuyen poniéndose en el lugar de otro individuo. Aun teniendo un carácter experimental y no
patológico, hay siempre un margen de diferencia entre ser otro individuo y
parecer serlo, incluso porque el propio organismo está constreñido a manejar
dos estados distintos en el mismo tiempo. Esta doble gestión constituye el
así llamado cuarto nivel de percepción. El primer nivel se alcanza con la inicial
percepción de lo evidente. El segundo con su memorisación. El tercero con la
sensación que se siente. El conjunto de los tres niveles determinan la manera
de percepción. El cuarto nivel - que se obtiene con la replicación -
es en sustancia una comparación entre la manera propia y de los demás de
percibir. Es un ejercicio difícil. Supongamos que una
persona niegue la evidencia. ¿Cuáles pueden ser el origen y la causa? ¿Qué
ocurrió en un hipotético momento inicial y qué ocurrió antes de la negación? Si
se conoce el estado del sujeto en el presente, responder a la segunda
pregunta – la causa – es bastante fácil. Pero la misma causa de la negación
es efecto de una causa originaria, y aquella causa es el origen de la
negación. ¿Qué hay que hacer? Hay que volver a los datos
relativos a aquel sujeto y memorizados en su memoria remota, hay que
repetirlos como si los mismos datos se rifirieran a sí mismo y no a otro
sujeto, luego deducir la causa originaria y intuir la manera para
modificarla, preguntándose: «¿Cómo haría yo?» . Se descubrirá que la causa es un error,
algo falso, malo y injusto: un hecho, un pensamiento o una convicción.
Cualquier cosa que sea, se ha enraizada, ha desarrollado efectos y procesos
que, a pesar de las tentativas de modificarlos, escapan del autocontrol de
quien los siente. Una
vez identificada la causa originaria de los otros, no se puede escapar de la
comparación con propias similares causas originarias, de propios errores
semejantes, que produjeron una determinada manera de percepción, aislando los
que se logró modificar. Entonces se recordará cómo se hizo para modificar la
propia manera de percebir y se utilizará
la misma manera para eliminar la causa originaria del organismo
emulado. En tal punto, se yo fuera el otro, ya sería
diverso. Pero yo no soy el otro, luego hay que encontrar la solución de
comunicarle la manera y de inducirle a adoptarla. Para hacerlo, se puede
recurrir al metódo analógico o al metódo disociado. Supongamos que un sujeto
niegue la evidencia porque no quiere asumirse la responsabilidad de
confrontarse con otro sujeto y que esta causa tenga su origen en el hecho de
que la primera motivación por la que nació la relación con el otro sujeto
fuese declarada diversamente de la que realmente era y esté convencido que el
otro sujeto haya creído en la versión que se dio. Y supongamos que se yo hubiera
hecho algo de ese tipo, trataría de eliminar aquel hecho originario
admitiéndolo y declarando el proceso de efectos que de aquel hecho
procedieron, precisando por fin que la admisión no implica que yo aún tenga
aquella motivación originaria. Con
el método disociado se comunican mensajes que no tienen nada que ver con con
el proceso necesario para superar la negación de lo evidente, haciendo
presión sobre el crecimiento de potencia del sujeto para inducirlo a adoptar
espontaneamente aquel proceso. Con
el método analógico se comunican mensajes que tienen como objeto procesos
similares a aquello que se debe adoptar para superar la negación del
evidente. Un mensaje analógico podría ser el siguiente. Un hombre tiene sed y
ve el sol reflejado en el agua. El hombre tiene sobre todo sed. Sin embargo a
un amigo que le da un vaso perfectamente limpio, le dice que quiere intentar
llenarlo para ver el reflejo del sol en el vaso. Quien da el vaso insiste en
querer ver el sol reflejado en el agua del vaso. En cierto punto el hombre
que tiene sed bebe y el otro le pregunta cómo hará reflejar el sol ahora que
el vaso es vacío. El hombre que ha bebido dirá entonces que el vaso era poco
limpio y que el agua había diventado turbia. El otro reaccionará preguntando
porqué, si el vaso era sucio y el agua era turbia, aquella misma agua ha sido
bebida. Entonces el hombre que ha bebido llena de nuevo el vaso y trata de
demostrar que ahora el agua ha quedado limpia porque el agua cosechada antes
ha limpiado el vaso. No obstante, no conseguirá nunca explicar porque ha
bebido el agua turbia, a menos que confiese que sobre todo tenía sed y que
admita que el vaso era limpio desde el inicio, precisando también que ahora
ya no tiene sed y luego quiere ver justamente si el sol se refleja en el
vaso. Con el método disociado se comunican mensajes que
no tienen nada que ver con el proceso necesario para superar la negación de
la evidencia, haciendo presión sobre el crecimiento de potencia del sujeto
para inducirlo a adoptar espontáneamente aquel proceso. Un mensaje disociado
podría ser el siguiente. Un hombre tiene sed y pide a otro un vaso de agua
para beber. El otro se lo da y le pregunta: «¿Qué piensas
que yo habría hecho si tú me hubiera pedido qué beber para otra persona y
luego yo hubiera descubrido que tú había sed?». El hombre que tiene sed
contesta: «Me habrías llamado hipócrita y falso». Y el otro adjunta: «No, me
hubiera preguntado porqué no me dijiste que habías sed y tal vez hubiera
pensado que el agua te diera tan asco que no querías admitir ni a tí mismo
que la hubieras bebido. Sé que el motivo hubiera podido ser completamente
diverso, pero dado que no lo conozco, estoy constreñido a darme una posible
explicación. A menos que tú pretenda que te pregunte porqué no me dijiste la
verdad, haciéndome correr peligro de sentir una versión que todavía hubiera
podido ser falsa. Entre el riesgo de sentirme decir algo falso y tener que
pensar si lo fuese de verdad, o dar una explicación sin habértela pedido, he
preferido la segunda elección. Así, al menos, de seguro te evité la molestia
de contar otra mentira». La conjugación de riqueza, solidaridad y
democracia ha sido justamente comparada a la cuadratura del círculo. En
efecto, no sólo no existe un contexto en que aparecen contemporaneamente
éxito económico, estado social, y soberanía nacional. Desgraciadamente
tampoco existe la solución teórica para realizarlo. El motivo de esta falta
no se puede atribuir a una sorta de solución imposible, sino mejor a un
preciso límite: la sectorialización. La solución ya no está en nuestros
adentros, la solución está en el conjunto. El economista que conoce cada implicancia de las
relaciones de producción no tiene el tiempo para entregarse a los procesos
morales y políticos. El filósofo sigue un proceso lógico que deduce de
informaciones completamente parciales respecto de las relaciones de
producción y de las relaciones de participación. El político, a su vez,
incluso cuando conoce los procesos económicos y siente la influencia moral de
lo que considera justo, no puede adecuar su acción sino a la busca del
consenso, justamente porque eso es uno de los carácteres peculiares de la
democracia. La única entitad que hoy es capaz de concentrar en
sí el saber suficiente para modificar los procesos es el conjunto del
complejo científico-tecnológico que, sin embargo, tiene el objetivo de su
potenciación y no la conjugación de riqueza, solidaridad y democracia del
conjunto. Y no aparece imajinable que la solución pueda ser encontrada por
una inteligencia artificial a la que son asignadas las necesarias
informaciones y la lógica para deducir. Ésta sería el resultado de aquel
mismo complejo científico-tecnológico, que orientaría la manera de percibir
de ésta, y por lo tanto de deducir, a su semejanza. La solución está en el
conjunto. Juntos se puede. Pero es necesario que el conjunto pueda emular a
quien conoce los procesos de producción, sepa qué es justo y sin embargo crea
que es necesaria la participación de todos para hacer, para crear lo justo. Y
es necesario que el emulado sea una parte organizada del conjunto, sin
aparecer como sujeto, para evitar que sea considerado un mito y, por lo
tanto, que sea fundamentalmente admirado, envidiado y imitado. No hace falta
solamente un ejemplo repetible. Es preciso que el ejemplo tenga un potencial
suficiente para apoderarse del conocimiento de las partes predominantes y
para producir intervenciones sensibles en el conjunto. Como la energía
produce ondas sin ser onda ella misma, el que es emulado tiene que saber
producir efectos sin ser confundido con el efecto producido. El
complejo científico-tecnológico de tal manera permite hoy a un sujeto actuar
a solas, sin aparecer y sin participantes. Las acciones incidentes podrían
afectar a la procreación, a la producción, a la información y a otras
ciencias todavía bastante desconocidas, interveniendo respectivamente en los
macanismos genéticos, en el sistema monetario, en el proceso de comunicación,
en las hiperenergías cerebrales. Pero podría hacerlo sólo para crear
desequilibrio y no también para restablecer el equilibrio. Eso es el estado actual de las cosas, la realidad
de los hechos. Eso es el estado actual de las cosas, la realidad de los
hechos. Un único sujeto podría solamente probar su poder pero no podría, a
solas, potenciar el poder de los otros. A lo mejor la reacción respecto del
acto con que se manifiesta potencia puede modificar la manera de percibir y,
por lo tanto, provocar la creación de los medios para un potenciamento
semejante, pero habría indudablemente el riesgo de una reacción diferente,
que en último término podría anonadar los ánimos que ya hoy se proponen la
mejora complejiva del conjunto. Además, habría quien
reaccionaría manifestando con la fuerza su poder, sin preocuparse por lo que
actos semejantes pueden producir en el conjunto. Luego se puede pero no se
debe hacer a solas. Hay que hacerlo hacer, diluyendo en un número
considerable de sujetos las referencias emuladoras, de manera que el observador
comprenda nuevos procesos sin pensar que no puede adoptarlos. Con un complejo
de ejemplos de carácter productivo, empujando en el mismo tiempo a los
participantes a razonar y a participar, se echan los cimientos para probar
que se puede ser y conviene ser como se quiere ser, antes que de otra manera. Ninguna
insurrección armada, desobediencia civil, elección popular, secesión o
escisión, unificación o fusión, federación o confederación podrá igualar la
fuerza de emulación de los que demostran saber realizar, no sólo en las
relaciones internas, una real refundación social, entendida como modificación
contextual de las relaciones y de los comportamientos. La
previsión del futuro consiste en la deducción lógica que deriva de la
realidad efectiva – no de la realidad histórica – de los hechos que
conocemos. El futuro será como cada uno de nosotros racionalmente puede
imaginarlo. Es verdad que eso es siempre indeterminado y indeterminable –
porque aparece siempre de manera diversa de cómo se lo espera y también de
cómo se intenta construirlo – pero es verdad que algunos elementos
fundamentales se han manifestado siempre constantemente, con excepción de los
casos en que las relaciones y las reglas entre las partes del sistema no se
han adaptado al crecimiento del nivel de complejidad. En
esos casos, cuando las relaciones entre las partes no se han adaptado al
nivel de complejidad , el sistema ya no ha sido capaz de mantener juntas
todas sus partes con las viejas reglas y las partes han sufrido
modificaciones veloces, una sorta de aceleración. Justamente estas
modificaciones han provocado nuevas reglas y, por lo tanto, nuevas relaciones
entre las partes. Éstos son los casos en que los comportamientos de algunas
partes han cambiado, a pasar de las relaciones existentes. ¿Pero en qué
consiste el comportamiento? ¿Cuál es la causa de éste? El
comportamiento es el acto y su causa es la relación entre nivel de potencia y
potencia máxima que el ser puede alcanzar. Si está dotada de un nivel de
potencia que no coincide con su potencia máxima, cada parte realiza actos
endógenos encaminados a modificar su estructura, prescindiendo de los enlaces
exógenos. Ahora, nosotros estamos en un estado de complejidad tan grande como
para pedir la modificación, la renovación de las reglas y de las relaciones
entre las partes. La sola constatación de que desde hace al menos quince años
sería posible preservar a todos los seres humanos la libertad de las
necesidades, sin que este resultado haya sido alcanzado, dimostra que las
reglas del sistema ya no son adecuadas a su nivel de desarrollo y, por lo
tanto, a su nivel de complejidad. Por tanto es natural, históricamente lógico
y probable que algunas partes escapen a las reglas, adoptando comportamientos
fuera de las mismas reglas, que evolverán como efecto de estos
comportamientos atípicos. Volvamos sobre el tema del futuro. Podrá ocurrir
un crecimiento de riqueza, de solidaridad y de democracia, bien en el
conjunto bien por una parte de la humanidad, pero no podremos tener estas
condiciones para todas las partes. Más bien, la realidad nos dimostra que
durante los últimos cien años ha aumentado el número de los pobres, de los
marginados y de los débiles. Y así será hasta que sigamos suponiendo que sea
posible realizar al menos una, a lo mejor dos, de estas condiciones, y no las
tres condiciones juntamente. El problema está planteado de manera errónea,
irreal. Efectivamente las cosas están diversamente. El problema no es tanto
el hecho de que no se pueda conjugar estas tres condiciones, cuanto el hecho
de que no existe, y no podrá existir más, ninguna de estas tres condiciones
referida a un grupo, si no se realizan las tres a la vez. Sin riqueza no
pueden existir solidaridad y democracia. Sin solidaridad no pueden existir
riqueza y democracia. Sin democracia no pueden existir riqueza y solidaridad.
Exactamente como no pueden existir lo verdadero, lo bello y lo justo si estas
tres condiciones no existen juntamente. Por lo tanto el problema
es insoluble justamente porque ... no
es eso el problema. Y no es posible deducir una solución en relación a un
problema inexistente. El problema real es cómo realizar las tres condiciones
todas a la vez. Y la solución es quererlo realizar juntos. Para hacerlo, hay
que percibir que la máxima potenciación individual se realiza con la máxima
potenciación total. ¿Pero cómo hacerla percibir? ¿Cuáles son los medios?
¿Cuál es la estrategia para lograr hacerlo comprender? Los medios disponibles, por lo que respecta a
conocimiento y capacidad de obrar, existen y son constituidos justamente por
el complejo científico-tecnológico. Para organizarlos en funcción del
objetivo que se quiere realizar (es decir la modificación de la manera de
percibir), se puede adoptar un proceso que se puede definir protoestrategia,
entendida como emulación del ser único originario: escisión de la energía con
el primer acto, formación de ondas, creación del espacio, creación y
trasformación de la materia, con la consiguiente recomposición de la energía,
de toda la energía, en un estado más complejo. Así, se escinde la unidad y se
lo crea de nuevo todo. Ya he acabado. Mis ideas acaban aquí. No tengo más
que decir, por el momento. Ahora os necesito. Todos son necesarios. Son
necesarios la cultura, el trabajo, el pensamiento, la voluntad de todos. Tal
vez sea erróneo todo lo que pienso. Ciertamente al reflexionar sobre sí
mismos más de seis millardos de seres humanos pueden encontrar verdades más
verdaderas, y también más hermosas y más justas. Pero dejad hacer depender
vuestra libertad, vuestra misma dignidad de otros. Las soluciones al miedo no
son ni la guerra, ni la droga, ni el odio, ni la venganza, ni las patatas
fritas, ni los discursos preconfeccionados por unos organizadores que tal vez
provoque el mal justamente para mantener y afianzar su poder sobre vosotros.
Gracias. 16 de octubre de 2001. Rodolfo Marusi Guareschi |